Sólo una vez fui a un taller literario, hace unos quince años. Duré un par de meses porque lo colectivo no me resultaba para algo tan arbitrario y subjetivo como la escritura. Pero sobre todo porque rápidamente me di cuenta que la ficción me era inalcanzable y -como la música- son dones que se pueden mejorar con la práctica pero no fabricar desde cero. King me respalda y repite varias veces: “Un mal escritor no puede convertirse en un escritor decente, ni un escritor decente puede convertirse en un gran escritor”.
Hecho ese disclaimer, nos pasea por un libro que se lee como una buena novela por lo ameno y fluido. Nos deja espiar el trabajo diario de un escritor (lo desacraliza constantemente, como Neruda anteponía el oficio del panadero al del poeta). El subtítulo A memoir of the craft es acertado porque nos va dando todo el contexto personal en el cual va desarrollando su literatura para luego compartirnos algunos secretos.
De éstos gajes del oficio los que me parecieron más interesantes para compartir son: que el mejor entrenamiento es leer y escribir, en apuntar a ser claro y comunicar lo que queremos decir (suena trivial pero muchas veces no lo es), recortar cuando sea necesario -quitar todas las cosas que no sean la historia-, no abusar de los adverbios, utilizar los verbos en voz activa y no pasiva, la importancia del vocabulario -pero no vestir tu historia de palabras bonitas-, el rol de la gramática, el párrafo como unidad básica -no la oración-, de cómo los extrovertidos suelen tener mayor oído para los diálogos, y de lo irrelevante del argumento versus la intuición para evitar resultar artificiales y mecánicos.
Toda esta parte técnica que va al hueso y a lo básico pero esencial me recordó a los grandes decálogos con consejos para escritores (pienso a nivel local en Horacio Quiroga o en Hebe Uhart, por ejemplo). Porque si bien hay muchas maneras de escribir bien, hay grandes conceptos que son útiles a una cuentista argentina o a un escritor de best-sellers estadounidense por igual.
A su vez se mete en la dinámica misma del trabajo: lo necesario de tener un espacio para escribir -sobre todo con una puerta que nos aisle de todo mundo que no sea el que estamos escribiendo-. Del primer borrador escrito a puertas cerradas sin interrupciones ni opiniones ajenas, del segundo borrador más en frío para corregir (“escribir es humano, corregir es divino” nos anticipa en el prólogo), para luego sí habilitar a lectores designados que con sus comentarios nos van a ayudar a llegar a la pieza final; antes que ningún otro, al Lector Ideal (en el caso de King es su mujer).
Se respira honestidad de principio a fin. Desde la nota que abre el libro donde indica que todos los ejemplos –good and evil– son de él. Se desnuda él y a su arte y el tono es cercano, como un escritor con más años en la espalda que nos invita un café y explica de qué va esto. Y que, si no tenemos talento, nos lo avisa antes de que tomemos el primer sorbo. Es docente recibido y se nota su vocación por enseñar. Escéptico de los talleres de escritura, descree de las sonrisas de compromiso y críticas no específicas que son de poca utilidad para quienes empiezan en el oficio. No tiene miedo a mostrar su debilidad de más joven por el alcohol y las drogas y de cómo la exorcizó inconscientemente a través de obras como The Shining y Misery. Más adelante nos recomienda imbuir lo que escribimos de nuestra propia vida para lograr una mezcla única y personal.
Para él la novela tiene tres partes: narración -que te lleva del punto A al B y finalmente a Z, descripción -para crear realidad sensorial al lector (que comienza en la imaginación del escritor pero debe terminar en la del lector)- y diálogo -da vida a los personajes a través de su discurso (no contar lo que se puede mostrar)-. Para el trabajo del escritor insiste mucho en una analogía que recuerda la frase de Miguel Ángel que afirmaba que la obra de arte ya estaba en el mármol y que él sólo tenía que sacar lo que sobraba. King habla de fósiles y de cómo el oficio del escritor es rescatarlos lo más intactos posible, con las herramientas más apropiadas. Y la materia prima son tus pensamientos, intereses, preocupaciones (algunos tendrán tela para novela, otros no).
Al final de la parte más práctica del libro hasta da consejos de cómo buscar un agente y evitar que te estafe. Probablemente es el único contenido obsoleto del libro porque los veinte años desde su publicación (Internet, redes sociales, plataformas, ebooks, Amazon, etc.) transformaron mucho nuestro mundo y a la industria editorial con él.
De su biografía es interesante sus primeras influencias (Jack London, comics, cine), su parte emprendedora al vender sus escritos en la secundaria. Esta faceta de innovar en la distribución me recordó a su fallido pero interesante experimento en el 2000. Las reglas de Internet todavía no eran del todo claras y ofreció su novela The Plant en entregas con la condición de que al menos el 75 por ciento que la descargara la pagase; esto fue nueve años antes de Kickstarter, para entender lo visionario de la propuesta. Valdría una pena que escriba sobre esta experiencia.
Nos cuenta que lee entre setenta y ochenta libros por año (hasta nos da al final un listado de los que leyó del 97 al 2000). Hace hincapié en que los malos libros enseñan más que los buenos, y en experimentar diferentes estilos. Pero insiste en la lectura como centro creativo de la vida del escritor (en un mundo donde pareciera haber más escritores con ganas de publicar que lectores con ganas de leer). Habla de ser constante y lo clave de eliminar distracciones sin esperar a la musa sino ir hacia un objetivo concreto.
Hacia el final cuenta el accidente que tuvo en 1999 que lo encontró a mitad de la redacción de este libro y es ahí cuando un texto que podría ser uno más de los tantos manuales de autoayuda para escritores se eleva y destaca. Cuando pone en funcionamiento la maquinaria de su estilo y nos va llevando por la dramática situación en la que el héroe termina recuperado y escribiendo apenas cinco semanas después de rozar la muerte.
Lo recomiendo para quien quiere empezar a escribir o motivarse a hacerlo más porque combina consejos técnicos bien bajados a tierra con inspiración concreta. Nada de visualizaciones ni misticismo, sino bajar al papel esa idea que tenemos en la cabeza para recrear esa imagen en nuestros lectores. King recomienda The elements of style de William Strunk Jr y E. B. White como guía general y Warriner´s English Grammar and Composition por temas de gramática; seguramente les daré una mirada más allá de que escribo en español. Me encantó también como curiosidad para investigar la máquina de fabricar argumentos patentada por Edgard Wallace Plot wheel que la menciona como una humorada pero que captura esa intención persistente del ser humano: automatizar, sistematizar y capturar lo inasible del arte y la literatura.