Archive for the ‘Crítica de libros’ Category

Opinión de “On writing” de Stephen King

julio 7, 2020

Sólo una vez fui a un taller literario, hace unos quince años. Duré un par de meses porque lo colectivo no me resultaba para algo tan arbitrario y subjetivo como la escritura. Pero sobre todo porque rápidamente me di cuenta que la ficción me era inalcanzable y -como la música- son dones que se pueden mejorar con la práctica pero no fabricar desde cero. King me respalda y repite varias veces: “Un mal escritor no puede convertirse en un escritor decente, ni un escritor decente puede convertirse en un gran escritor”. 

Hecho ese disclaimer, nos pasea por un libro que se lee como una buena novela por lo ameno y fluido. Nos deja espiar el trabajo diario de un escritor (lo desacraliza constantemente, como Neruda anteponía el oficio del panadero al del poeta). El subtítulo A memoir of the craft es acertado porque nos va dando todo el contexto personal en el cual va desarrollando su literatura para luego compartirnos algunos secretos. 

De éstos gajes del oficio los que me parecieron más interesantes para compartir son: que el mejor entrenamiento es leer y escribir, en apuntar a ser claro y comunicar lo que queremos decir (suena trivial pero muchas veces no lo es), recortar cuando sea necesario -quitar todas las cosas que no sean la historia-, no abusar de los adverbios, utilizar los verbos en voz activa y no pasiva, la importancia del vocabulario -pero no vestir tu historia de palabras bonitas-, el rol de la gramática, el párrafo como unidad básica -no la oración-, de cómo los extrovertidos suelen tener mayor oído para los diálogos, y de lo irrelevante del argumento versus la intuición para evitar resultar artificiales y mecánicos. 

Toda esta parte técnica que va al hueso y a lo básico pero esencial me recordó a los grandes decálogos con consejos para escritores (pienso a nivel local en Horacio Quiroga o en Hebe Uhart, por ejemplo). Porque si bien hay muchas maneras de escribir bien, hay grandes conceptos que son útiles a una cuentista argentina o a un escritor de best-sellers estadounidense por igual.

A su vez se mete en la dinámica misma del trabajo: lo necesario de tener un espacio para escribir -sobre todo con una puerta que nos aisle de todo mundo que no sea el que estamos escribiendo-. Del primer borrador escrito a puertas cerradas sin interrupciones ni opiniones ajenas, del segundo borrador más en frío para corregir (“escribir es humano, corregir es divino” nos anticipa en el prólogo), para luego sí habilitar a lectores designados que con sus comentarios nos van a ayudar a llegar a la pieza final; antes que ningún otro, al Lector Ideal (en el caso de King es su mujer).

Se respira honestidad de principio a fin. Desde la nota que abre el libro donde indica que todos los ejemplos –good and evil– son de él. Se desnuda él y a su arte y el tono es cercano, como un escritor con más años en la espalda que nos invita un café y explica de qué va esto. Y que, si no tenemos talento, nos lo avisa antes de que tomemos el primer sorbo. Es docente recibido y se nota su vocación por enseñar. Escéptico de los talleres de escritura, descree de las sonrisas de compromiso y críticas no específicas que son de poca utilidad para quienes empiezan en el oficio. No tiene miedo a mostrar su debilidad de más joven por el alcohol y las drogas y de cómo la exorcizó inconscientemente a través de obras como The Shining y Misery. Más adelante nos recomienda imbuir lo que escribimos de nuestra propia vida para lograr una mezcla única y personal.

Para él la novela tiene tres partes: narración -que te lleva del punto A al B y finalmente a Z, descripción -para crear realidad sensorial al lector (que comienza en la imaginación del escritor pero debe terminar en la del lector)- y diálogo -da vida a los personajes a través de su discurso (no contar lo que se puede mostrar)-. Para el trabajo del escritor insiste mucho en una analogía que recuerda la frase de Miguel Ángel que afirmaba que la obra de arte ya estaba en el mármol y que él sólo tenía que sacar lo que sobraba. King habla de fósiles y de cómo el oficio del escritor es rescatarlos lo más intactos posible, con las herramientas más apropiadas. Y la materia prima son tus pensamientos, intereses, preocupaciones (algunos tendrán tela para novela, otros no). 

Al final de la parte más práctica del libro hasta da consejos de cómo buscar un agente y evitar que te estafe. Probablemente es el único contenido obsoleto del libro porque los veinte años desde su publicación (Internet, redes sociales, plataformas, ebooks, Amazon, etc.) transformaron mucho nuestro mundo y a la industria editorial con él.

De su biografía es interesante sus primeras influencias (Jack London, comics, cine), su parte emprendedora al vender sus escritos en la secundaria. Esta faceta de innovar en la distribución me recordó a su fallido pero interesante experimento en el 2000. Las reglas de Internet todavía no eran del todo claras y ofreció su novela The Plant en entregas con la condición de que al menos el 75 por ciento que la descargara la pagase; esto fue nueve años antes de Kickstarter, para entender lo visionario de la propuesta. Valdría una pena que escriba sobre esta experiencia. 

Nos cuenta que lee entre setenta y ochenta libros por año (hasta nos da al final un listado de los que leyó del 97 al 2000). Hace hincapié en que los malos libros enseñan más que los buenos, y en experimentar diferentes estilos. Pero insiste en la lectura como centro creativo de la vida del escritor (en un mundo donde pareciera haber más escritores con ganas de publicar que lectores con ganas de leer). Habla de ser constante y lo clave de eliminar distracciones sin esperar a la musa sino ir hacia un objetivo concreto.  

Hacia el final cuenta el accidente que tuvo en 1999 que lo encontró a mitad de la redacción de este libro y es ahí cuando un texto que podría ser uno más de los tantos manuales de autoayuda para escritores se eleva y destaca. Cuando pone en funcionamiento la maquinaria de su estilo y nos va llevando por la dramática situación en la que el héroe termina recuperado y escribiendo apenas cinco semanas después de rozar la muerte. 

Lo recomiendo para quien quiere empezar a escribir o motivarse a hacerlo más porque combina consejos técnicos bien bajados a tierra con inspiración concreta. Nada de visualizaciones ni misticismo, sino bajar al papel esa idea que tenemos en la cabeza para recrear esa imagen en nuestros lectores. King recomienda The elements of style de William Strunk Jr y E. B. White como guía general y Warriner´s English Grammar and Composition por temas de gramática; seguramente les daré una mirada más allá de que escribo en español. Me encantó también como curiosidad para investigar la máquina de fabricar argumentos patentada por Edgard Wallace Plot wheel que la menciona como una humorada pero que captura esa intención persistente del ser humano: automatizar, sistematizar y capturar lo inasible del arte y la literatura.

Opinión de “Mastering Ethereum” de Andreas Antonopoulos y Dr. Gavin Wood

julio 7, 2020

Uno de los desafíos del Lab donde trabajaba era explorar la tecnología blockchain. Como los hypes de cada año (Big Data, Chatbots, Inteligencia Artificial, Internet of Things) se sobrevendió como la solución a todos los problemas siendo que para la mayoría de ellos hay alternativas mucho más prácticas, económicas o viables. Su implementación suele estar más relacionada a lucir como proyecto o compañía sexy frente a un VC (inversor de riesgo) que a una necesidad real. Aún sigue estando más relacionado a los fashionistas -como clasifica Nicholas Negroponte a los fanáticos de la tecnología por sí misma- que a una utilidad o negocio concretos. 

Dicho esto, hay proyectos alucinantes incluso en Argentina como Decentraland (un Second Life montado sobre blockchain), Ripio (una billetera cripto de La Plata que levantó treinta y siete millones de dólares hace un par de años) e iniciativas como una justicia de jurados motorizada con esta tecnología como propone Kairos de Federico Ast.

Pasada entonces las etapas de sorpresa, investigación, decepción e interés hoy miro atento aplicaciones reales de esta tecnología. Más allá de su historia y del paper de Satoshi Nakamoto -la chispa que disparó todo- me interesa poco Bitcoin por lo limitado de su blockchain, pero sigo de reojo otras como Ethereum que tienen por ejemplo la posibilidad de programar sobre ellas. 

Building smart contracts and dapps es el subtítulo de Mastering Ethereum, libro que me recomendó uno de los defensores de esta blockchain ante mi pregunta de qué libro o fuente lo había llevado a su postura. Más de cuatrocientas hojas después, sigo con la misma pregunta. Es que a pesar de estar escrito por dos pesos pesados -uno de los gurúes más reconocidos del mundo cripto y el creador del lenguaje de programación de los contratos inteligentes más usado- ahonda mucho y rigurosamente en lo técnico pero en lo conceptual se queda en la superficie. Para quien viene con cierto rodaje y no le interesa codificar sino profundizar -como en mi caso- termina aportando poco. 

Quizá reforzando la audiencia de desarrolladores a la que se dirige empieza con un exhaustivo glosario como prólogo. Luego recorre las mejoras que representa en cuanto a posibilidades técnicas, brinda muchas definiciones sobre tipos de validación de los nodos, profundiza en la criptografía (ese capítulo fue uno de mis preferidos), los oráculos, los token, las ICOs (IPO -salidas a la bolsa en criptomoneda-), el fundacional yellow paper o su versión más user-friendly Beige Paper, de su cripto Ether, del gas necesario para las transacciones, el rol de Solidity como lenguaje principal de los contratos inteligentes -que no son contratos ni inteligentes pero si turing complete-, y cierra con la clásica anécdota del hard fork por el robo del DAO. 

Lo que más me gusta de la tecnología blockchain en general es que rescata parte del espíritu de la informática y de la primera Internet académica, de investigación, exploratoria -lúdica si se quiere- con foco en la descentralización -al estar en miles de nodos y no en un mismo lugar-, del código abierto, el trabajo colaborativo y la transparencia. A partir de 1995 vino la masificación y se volvió comercial, y en la primera década del 2000 llegó la web 2.0 con las plataformas de redes sociales y mensajería. La web 3.0 semántica de Berners-Lee nunca se desplegó y hoy estamos en plena plataformización. La web3 que propone Gavin Wood es ir hacia aplicaciones construidas en protocolos descentralizados lo que implicaría la recuperación de algunos de esos valores originarios. 

El libro tiene varias definiciones y frases, algunas más cercanas al manifiesto o a entrever posibilidades técnicas que a usos reales del hoy. Varias destacan por su claridad para transmitir un mundo que resulta hermético a varios. Me quedo con la forma en la que definen la propuesta de esta blockchain: “Ethereum’s groundbreaking innovation is to combine the general-purpose computing architecture of a stored-program computer with a decentralized blockchain”.

Opinión sobre Gramática de la Fantasía de Gianni Rodari

junio 26, 2020

Muchas veces son desconocidos los caminos por lo que llega a un libro. Recuerdo que leí Gramática de la Fantasía en mi adolescencia en la Biblioteca Nacional: uno de mis placeres era ir al quinto piso del edificio de Agüero y Las Heras y ver el río a lo lejos mientras leía subido al gliptodonte de Clorindo Testa.

La relectura -25 años después- de esta Introducción al arte de inventar historias me dejó con gusto a poco. Recordaba sobre todo el concepto de “binomio fantástico” en el que uno combina dos elementos que nada tienen que ver (sustantivos, nombres propios, personajes) para crear una nueva historia. Spin-off del cadáver exquisito de los surrealistas y de los experimentos dadaístas, ese mismo concepto atraviesa gran parte de las doscientas hojas del libro sin mayor novedad. Un título ambicioso que termina en algunas técnicas que espabilan la creatividad pero que se sienten más cercanas a ejercicios de taller literario que a estrategias genuinas de construcción de historias -infantiles o no-.

Empieza con mucha expectativa, citas logradas pero se va diluyendo en ramificaciones que debilitan la propuesta: cuando parece que va a adentrarse en un concepto interesante, cambia de tema. Tengo la sensación que un artículo hubiese sido un mejor formato (de hecho la génesis del libro había aparecido en un diario romano). 

Lo más rico -junto a la pasión y calidez desde la que escribe Rodari- son las voces que convoca: Propp y sus treinta y una funciones/temas que como notan musicales componen las fábulas, respecto del juego trae a Schiller y Novalis: “el hombre es plenamente hombre cuando juega” y “jugar es experimentar con lo inédito”. De nuevo Novalis, Valéry y Wittgenstein acerca de la palabra: “Cada hombre tiene su propia lengua”, “Ninguna palabra resulta comprensible si se la estudia a fondo”, “las palabras son como la película superficial de las aguas profundas”.

Incluso hay sentencias del propio Rodari que son hallazgos sobre el lenguaje:  “Una palabra, escogida al azar, funciona como una ‘palabra mágica’ para desenterrar campos de la memoria que yacían sepultados por el polvo del tiempo” y la mirada: “el mundo se puede observar desde la altura de un hombre, pero también desde arriba de una nube”. 

Otro punto destacable es el contraste entre los hermanos Grimm y Andersen. Mientras que los primeros con esas fábulas querían construir un monumento vivo del idioma de una Alemania sojuzgada por Napoleón, para Andersen era un modo de volver hacia su infancia para recuperarla. Diferencias aparte, junto a Collodi crean la fábula contemporánea liberándola de su función pedagógica. Si en algo educan, es en la utopía.

Interesante también la “ensalada de fábulas” cuando se mezclan personajes y argumentos. Recurso agotado en las últimas décadas por Pixar con su Shrek, Marvel con sus Avengers y por las obras del teatro off de Corrientes de vacaciones de invierno. Hasta culturalmente ganó reputación, promocionado ahora como cross-over.

Profundiza en la diferencia entre la imaginación (reproductiva) y la fantasía (creadora). El hombre común realizaría la primera; el poeta y el artista la segunda. Hacen una curiosa aparición Marx y Engels, casi como salidos de otro cuento, para sentenciar que “la concentración exclusiva del talento artístico en unos pocos individuos y su atrofia en la gran masa son consecuencia de la división de trabajo”. Aparece Vygotski al rescate reconociendo a todos los hombres -y no a unos pocos privilegiados- una aptitud común para la creatividad. 

El otro concepto que me había quedado grabado de aquella primera lectura (lo cité varias veces en estas últimas décadas sin saber que lo había tomado de este libro) es el de Cenicienta y cómo su zapatito en un principio era de piel y -por una mala traducción- devino en la versión actual de cristal. Casi como si la historia hubiese estado esperando cientos de años aquel equívoco para hallar el material que mejor calza con la historia. El teléfono descompuesto del tiempo, de las traducciones y de la tradición oral pueden mejor una texto. 

Rodari hace mucho hincapié en el rol de la escuela y cuenta muchas (demasiadas) anécdotas y actividades de maravillosos docentes. Por eso cierro con una frase de él que sintetiza toda su visión al respecto y es probablemente lo más cercano a un manifiesto en su libro:  “Al juzgar textos infantiles la escuela presta más atención a la ortografía, gramática y sintaxis hasta negligir el complejo mundo de los contenidos. Se juzga y clasifica más que comprender. El cedazo de la ‘corrección’ retiene y valoriza granos de arena, dejando pasar el oro.»

Opinión de The Fractalist: Memoir of a Scientific Maverick de Benoit B. Mandelbrot

junio 20, 2020

A principios de los 90´s explotó la Demoscene, una movida tecnológica/artística que se vivió en Europa, especialmente en Finlandia. Equipos de coders, músicos y artistas visuales 2D y 3D armaban intros o demos para mostrar su talento en competencias donde la premisa era cuánto podías lograr con el mínimo recurso (procesadores, placas de video y velocidad de transferencia eran muy limitados). Había categorías en las que en 64k, 4k, 256 bytes e incluso menos se tenía que lograr meter código con música y animaciones. No había forma de poner  siquiera una imagen real por su peso por lo que muchos recurrían a ecuaciones matemáticas. Probablemente ahí vi, sin saberlo, mis primeros fractales.

Luego me fui cruzando con ellos como divertimento en alguna Juegos de Mente, siendo en mi mente primos de las ilusiones ópticas o de los estereogramas que estuvieron de moda. Como muchos otros creí muerto a su descubridor, Benoit Mandelbrot, y fue una sorpresa encontrar su Ted Talk. La pueden ver acá (17’)

No es frecuente que un icono de la matemática también sea un ameno divulgador que atrapa e interesa con su personalidad, candidez y pasión por sus ideas. El mismo año de aquella charla falleció y se publicaron sus memorias. Empecé a leerlas entusiasmado pero rápidamente pasé a saltear párrafos y páginas enteras. Primero porque la redacción es algo dura: mucho detalle de ancestros sin mayor interés (salvo su fundamental tío Szolem) deja en evidencia que no hubo un ghost writer de oficio que la puliera e hiciera más fluida. En contraposición la Ted Talk, como buen trailer, ya me había contado la gran mayoría de lo interesante. 

Cuando leo biografías de este tipo de personas me fascina entender cómo llegaron a sus logros, su relación con otras mentes relevantes de su época y pequeñas introducciones a nuevos conceptos que me generen curiosidad para seguir explorando campos. Afortunadamente todo eso empieza a aparecer en la segunda mitad donde cuenta por ejemplo cómo lo defendieron Oppenheimer y Von Neumann (¡casi nada!) luego de una disertación. Un eterno outlier que venía de Hungría y se identificaba con Kepler y la revolución elíptica versus los fundamentalistas del statu-quo. Admiraba a Wiener, padre de la cibernética y a Von Neumann con su teoría de los juegos. Le divertía incomodar a los matemáticos y sus figuras geométricas perfectas intentando entender la esquiva forma de la naturaleza. ¿Puede una fórmula sintetizar una nube, una galaxia, una montaña, un árbol? La respuesta de sus fractales es que sí. 

Por momentos apabulla con nombres que lo dejan en medio de una élite de pensadores clave del siglo XX: titanes como Lévi-Strauss, Chomsky, Jakobson y Piaget aparecen como docentes cercanos o colaboradores. En esa misma línea no oculta su orgullo por sus muchos logros y la trascendencia de sus trabajos. Menciona anécdotas donde aparece como alumno estrella, docente del año y enumera todos los reconocimientos que recibió. Sería ingenuo pensar que no soñaba con un Premio Nobel siendo que sus logros tardíos no lo ayudaron a conseguir una medalla Fields (vulgarmente conocida como el Nobel de la matemática que se da hasta los 40 años). 

Todas las memorias están atravesadas por aquel tío matemático, Szolem, que fue un Norte durante toda su vida; tan así que hasta le tiró el centro para su gran descubrimiento. Destacado matemático por mérito propio (ver su Wikipedia) con lucidez para transmitir que la matemática no era sólo cálculo sino algo muchas veces más cercano a la poesía y el arte en su búsqueda de la verdad, la belleza e intuición. Esta relación sumada a esas lecturas de libros del siglo XIX con gran cantidad de ilustraciones de formas lo ayudaron a desarrollar esa sensibilidad por la geometría.

Luego de muchas minibiografías -irrelevantes la mayoría- empieza lo más rico cuando desarrolla cronológicamente sus “momentos Kepler”. Así llama a sus aportes significativos que ocurrieron en un período bastante breve (como suele pasarles a artistas y científicos). En general toma un esfuerzo inicial y lo lleva a otro nivel de profundidad o lo enriquece al combinarlo con algo externo. Este fue uno de sus modus operandi recurrente: tomar una herramienta de una disciplina y aplicarla en la otra. Así se terminó metiendo en temas de petróleo, de finanzas, de comunicación, impensables para un matemático. Es la polinización cruzada típica de esas personalidades renacentistas à la Buckminster Fuller o Jean Cocteau. 

Tenía muy en claro que quería descubrir un nuevo campo. Pero fue un recorrido que le llevó más de medio siglo en el que previamente desarrolló la ley Zipf-Mandelbrot (para la distribución de la  frecuencia de palabras) la que generalizó, corrigió y mejoró en un viaje de tren, según sus palabras. Luego vino su aporte para analizar el precio del algodón, otros commodities y las finanzas. El longtail fue otro gran hallazgo (debo admitir que hasta ahora lo asociaba a Chris Anderson, quien sólo lo popularizó). Y finalmente su evolución del trabajo de Fatou y Julia con el set de Mandelbrot, su gran hit, los fractales. Tres letras y tres símbolos que descubrieron un nuevo universo. Como mucho de su obra empezó como “un juguete” y luego se fue transformando en una herramienta útil y bella. Una de mis próximas lecturas será The Fractal Geometry of Nature que parecería ser su libro más interesante.

En conclusión, tal vez el libro es como su vida: una primera mitad más anodina en grandes corporaciones como Philips e IBM, y en la segunda rompiendo cánones, metiendo su primer hito significativo a los 40 y su home run fractal a los 55, una edad en la que la mayoría se conforma con repetir sus hits.

The Open-Source Everything Manifesto: Transparency, Truth, and Trust, Robert Steele

junio 15, 2020

Aún recuerdo a ese adolescente fascinado con la Ética de Hacker. Con prólogo de Linus Torvalds fue uno de los primeros libro que leí sobre estos temas. Unos años antes, a principios de los 90, había estado bastante metido en el mundo de los BBS (la pre-Internet) donde circulaban manifiestos anárquicos, artísticos y tecnológicos. Quizá más parecido a la deep web actual por el tipo de contenido y el espíritu, con una PC y una línea de teléfono todos podíamos tener nuestro BBS y ser amo y señor (SysOp) de ese micromundo.

Aquel libro fue un despertar y sistematización de conceptos que había visto fragmentados. El espíritu guiado por la pasión, lo lúdico, el desafío vs. la ética protestante de cumplir horarios y realizar trabajos que no te movilizan. No había nacido Google aún y ser nerd o geek no era cool. Mucho estaba por crearse y descubrirse: el surgimiento de la web comercial del 95’ masificó el acceso pero en el camino perdió mucho de este aliento original. Quizá lo más parecido hoy son las comunidades como Wikipedia, Bitcoin, Ethereum; o más lateralmente,  propuestas como Reddit y Twitter.

En este sentido cuando vi de casualidad un sitio web cuya portada era un párrafo de ese manifiesto y lo conectaba a una blockchain y criptomoneda fue el cóctel perfecto para interesarme. Investigué sobre la iniciativa y llegué al libro. Me dejó gusto a poco, y terminé leyéndolo en un día en zigzag encontrando los fragmentos que me interesaban. Aclara la diferencia de Free y Open, describe a referentes como Richard Stallman pero poco más. Quizá lo más rico fue tener un compendio de todas las iniciativas relacionadas al mundo open source para seguir profundizando (Open Hardware, Open Spectrum, Open Tools, Open Moko). Pero mucha retórica que tal vez hubiese encantado a mi yo adolescente pero no a este casi cuarentón. Creo que está bien cierto nivel de ingenuidad para creer que uno puede cambiar el mundo, pero en este caso esa visión edulcorada termina siendo contraproducente. 

La aparición recurrente de citas y mención de figuras queridas por mí como Alvin Toffler, el gurú de la base de la pirámide C. K. Pralahad o el renacentista Buckminster Fuller, Lawrence Lessig, Eric Raymond son los momentos que más disfruté. José Arguelles y su Noosphere y David Weinberger -a quienes no conocía- aparecen mucho y seguramente sean parte de mis futuras lecturas. Pero el texto se diluye en hojarasca de palabras y gráficos de escasa densidad informativa, pirámides, diagramas y esquemas sobre la nada misma. Coincido cuando habla de medir los costos verdaderos (impacto ambiental, social, etc.) pero no es nada que no se haya abordado mucho y mejor en los últimos treinta años. 

Quizá el libro sirve para disparar el debate que no propone: ¿qué significa open source en 2020? Donde una mega corpo como IBM compró a Red Hat para hacerse una necesaria transfusión de sangre renovada (veremos si termina siendo un Skype de Microsoft o si fue una buena movida -difícil-). De todas las definiciones históricas y actuales quizá más que el costo, la revisión de pares distribuida, lo más fuerte hoy sea evitar el lock-in. Hoy las grandes plataformas concentran mucho poder: muchos de los activos iniciales de Internet fueron cooptados por grandes consorcios. La descentralización que proponen referentes como Vitalik Buterin y su DAO, o incluso iniciativas locales como Kleros de Federico Ast (una justicia descentralizada), o la más utópica aún Decentraland (un mundo virtual con su propia cripto Maná) sean sus próximos pasos. Me late que en este mundo covid y pos-covid (new normal) donde vamos a estar menos en la calle y más en las casas estas propuestas cobran un nuevo interés y seguirán evolucionando.

Opinión sobre Genius At Play: The Curious Mind of John Horton Conway de Siobhan Roberts

junio 15, 2020

Conway fue un hallazgo feliz: buscando un video de Martin Gardner el algoritmo de YouTube -por una vez útil- me ofreció una charla de él. La miré y me sorprendí por sus logros mencionados por quien lo introdujo, y la fascinación con la que contaba sobre los números surreales. Quise saber más, y luego de ver un par más de videos descubrí que en 2015 habían escrito una biografía de él Genius at work

Me gustan las biografías: desde las extensas y minuciosas hasta las reseñas de vidas de un Paul Johnson o las brevísimas introducciones de un Juan Forn. Sobre todo cuando la persona sirve de contexto y excusa tal vez para una indagación más profunda y ambiciosa; la anécdota como relieve y nueva capa de comprensión. Esta felicidad me ocurrió en este libro. A medida que vamos avanzando en la vida de Conway vemos cameos de Nash, Wiles, Hawkings, Einstein y otros grandes matemáticos y físicos, siendo sobre todo una búsqueda de gran placer intelectual hacia la matemática que nacía de su mente. Vemos la génesis de su Juego de la vida que tanto amó y luego odió (como les pasa a muchos que tienen un gran hit temprano), los grupos esporádicos y particularmente el grupo Monstruo, la aparición de los números surreales y último aporte, el teorema de la voluntad libre. Al ver sus performances, excentricidades y personalidad más que genio se me hace un artista curioso que juega con el Go, con las cuerdas, con distintos tipos de juegos y saca conclusiones. Un chico que nunca dejó de jugar con un don para ver cosas que nadie vio y encantar a las audiencias al compartirlas. Tal vez de ahí su repercusión en Estados Unidos, ávido de estas personalidades seductoras. 

Más que una biografía siento que es un muy buen libro de divulgación. Ameno, con chispazos de anécdotas para matizar, no escapa a profundizar en los aspectos matemáticos o físicos de las ideas de Conway. Se nota el oficio de la biógrafa como periodista científica para animarse al desafío de comprender la teoría y no quedarse en la superficie (sin la ayuda de Conway varias veces). Y como tal genera nuevas lecturas y apetitos: quiero leer más sobre su ídolo Coxeter -de quien también realizó su biografía la autora-, estuve explorando apps del Juego de la Vida muy interesantes y descargué Brilliant, una app donde ya estoy jugando con temas de geometría. 

Siguiendo con las coincidencias del principio leyendo su Wikipedia me enteré que falleció hace unas semanas por Covid. Y tal vez pueda sintetizarse este libro como una expansión de esa entrada (en inglés) siendo ésta una forma de elogio: recorre su vida e hitos más trascendentes como matemático con un nivel de atrapa y deja ganas de entender más. Seguramente este año me anime a un par de obras suyas, siendo On numbers and games (ONAG), Winning Ways y Atlas of finite groups las grandes candidatas.

Opinión de Deconstructing Penguins de Lawrence y Nancy Goldstone.

May 24, 2020

Escrito en 2005, el subtítulo Parents, Kids, and the Bond of Reading y una ilustración muy lograda me llevaron a hojearlo y comprarlo sin pensar demasiado (valía $50, menos que un vasito de helado a pesar de los US$13,95 impresos en la contratapa). Como buen libro de saldo es mayormente olvidable (a pesar de tener sorprendentes 4,3/5 estrellas en Amazon y 4,09/5 en GoodReads). En estos casos suelo utilizar lectura zig-zag capturando lo sustancial y omitiendo diálogos superfluos y todo lo accesorio.

Comparto el propósito de los autores de acercar la lectura a padres y chicos de primaria a través de clubes en la escuela. Con mi modesta experiencia de haber coordinado uno presencial y virtual durante un par de años, me parece que el cruce del mundo infantil y adulto puede sumar riqueza al debate e incluso al vínculo . Me parece una propuesta bastante novedosa y lo más destacable del libro (habría que pensar qué medios actuales podrían potenciarla).

De todas maneras, ahí termina mi elogio porque estoy en las antípodas de los autores en lo más fundamental. Para mí la literatura tiene valor en sí. No tiene que ser edificante, dar ejemplos de ética y moral, colaborar en la construcción de valores sociales. Y ellos durante todo el libro traen decenas de ejemplos cuya selección y análisis tiene como finalidad última el cultivar virtudes del lector. Hay menos de disfrute que de maestro Siruela que disecciona la flor y la pone bajo el microscopio. 

El arte es inútil: es su esencia y una de las claves de su importancia. Cuando se le montan andamiajes de ideología, moralejas o lo que fuere terminan siendo plomadas que comprometen su vuelo. Y deviene en las Fábulas de Esopo, en la última etapa de Cortázar. Quizá en el plano real logren algún impacto pero a costa de resentir su arte que se degrada de fin a medio. 

Yo estoy en la vereda de Lewis Carroll, de Roald Dahl, de J. M. Barrie y su Peter Pan. En sus mundos no importa si el sombrerero es bueno o malo, si el ascensor transparente nos enseña lo importante de mirar antes de entrar en uno, o si es mejor crecer a ser grandulones en trajecito verde y zapatos en punta. Si llega a haber un aprendizaje es mucho más tangencial, sutil, profundo y transformador que la enseñanza con el dedo levantado. Esas lecturas dejan una siembra que pueden emerger años después. 

Durante todo el libro plantean el abordaje a los textos utilizando la analogía de resolver un misterio qué quiso contar el autor; como si fuese un problema a desentrañar, un esfuerzo más psicológico que estético. Se intenta identificar al protagonista y antagonista y otras formalidades que de nuevo se sienten mecánicas y no como un acercamiento orgánico que explore las distintas capas de sentido. Respeto que a pesar de su enfoque se refugien en un Stevenson o Wells y se declaren contrarios al  literary candy de la ficción pop sin temática, pensamiento crítico ni material para el análisis. Es importante no caer en la tentación de quitar de la escuela clásicos como el Mío Cid, Martín Fierro o el Quijote -en el caso de Argentina- con la excusa de poner lecturas más simples. Si no logran entusiasmar a los alumnos, más que en los textos pondría el ojo en el docente.

Otro ejemplo claro de esta lectura resultadista es al presentar lo más inasible de la literatura, la poesía. “No truth, no poetry (…) It has to say something, something universal, a truth we all recognize”. Con esa clasificación probablemente deje fuera a los mayores poemas jamás escritos. Cuando dicen que son un tipo de misterio y empiezo a estar de acuerdo vuelven a insistir en la verdad oculta a ser revelada. De nuevo mirarle la manga al mago para ver si se adivina el truco en vez de apreciar la ilusión en sus distintos niveles. Sí son acertados los ejemplos que utilizan: breves, contundentes, ricos. Nothing gold can stay, How Many, How much, The road not taken.

El capítulo de cierre deja unas afirmaciones básicas con los que coincido:

  • Qué leen los chicos es importante. No alcanza que lean. Por ejemplo si lo importante es comer y no importante tanto qué, podríamos dejar que los chicos se alimenten sólo a base de caramelos, siguiendo la analogía que plantea al principio del libro.
  • Los chicos disfrutan la profundidad, si se les da el contexto necesario. 
  • Tener una guía para la discusión
  • Agrupar libros por tema: para tener múltiples miradas sobre un mismo tema. 
  • Ser paciente.
  • Mostrar entusiasmo.

En conclusión, relleno de diálogos insustanciales y análisis que se repiten una y otra vez como una fórmula a aplicar y no una exploración intelectual y espiritual, es un libro que no debería libro sino un listado de dos hojas de lecturas recomendadas en inglés para chicos (las elecciones de textos suelen ser afortunadas).

Sylvie y Bruno, los expulsados del país de las maravillas.

May 3, 2020

Debo confesarles que viví toda mi vida engañado. Me considero fiel lector de Lewis Carroll y tengo varias ediciones de sus dos Alicias, todos sus libros de lógica y matemática y hasta uno que se jacta de contener sus obras de ficción completas. Pero por casi cuarenta años me perdí sus últimas dos novelas que desconocía: Sylvie y Bruno -volumen I y II- escritas por un Carroll de éxito y fama que fracasaron en su época y lo siguen haciendo, como evidencia su piadoso ocultamiento. 

Había escuchado algo pero entendido que no había llegado a publicarla, o que la había terminado de escribir otra persona a su muerte y que por eso carecía de valor. Todo fake news. Mirando en guterberg.org pude acceder a los originales en inglés (hasta con las ilustraciones del dibujante que eligió Carroll –Volumen I y Volumen II-). En el proceso descubrí que eran dos las novelas y no una (el título homónimo -a excepción del Concluded- es la primera confusión de las muchas que contienen estos textos).

Los empecé a leer con cierta displicencia, como quien lee a un escritor tardío, o escucha la voz sin brillo de aquel intérprete cuya edad de oro quedó lejos. Como si fuese un deportista en el ocaso de su carrera, al que se le aplauden chispazos de su magia pretérita más por lástima y nostalgia que por mérito. Y los primeros capítulos, áridos y revueltos, no hicieron más que empezar a ratificar ese prejuicio.

Pero, antes de darme cuenta, ya había caída por la conejera y visto transformarse mi mundo. Leí los veinticinco capítulos casi de un tirón y empecé el segundo volumen (al igual que Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo, hay una continuidad de narrativa de personajes, escenarios y trama).

¿Qué es lo que me encontré en esta obra bastarda que jamás había visto -traducida al español y menos en inglés- en ninguna librería ni de cadena, ni de librero ni de usados de la calle Corrientes? El espíritu, a pesar del cuarto de siglo que había pasado desde Alicia, es el mismo: risueño, humorístico, con juegos de lógica y puzzles mentales. Su uso liberal y lúdico del lenguaje (pone comillas donde se le ocurre, explota el doble significado, la similitud de dos palabras, la confusión en un diálogo). Lo emparento con  una línea de humor que incluye a los hermanos Marx, a Les Luthiers, a Jardiel Poncela, a Wimpi. Y con los últimos dos comparte la hondura filosófica subyacente, una posición vital detrás de todos esos artefactos verbales. 

Hay varios trucos de obras anteriores. El cambio de tamaño de los personajes (heredero de los Viajes de Gulliver antes que de Alicia), el estado eerie (de fantasía) donde todo es posible -aunque en este caso contrapuesto a una realidad y menos sutil que en Alicia– y un perro que se empieza a hacer invisible a excepción de su cola moviéndose ésta sola en el aire (como la sonrisa del Gato de Cheshire); incluso el acceso al mundo maravilloso es a través de una llave custodiada por un jardinero, lejano eco del sombrerero. Guiños o repeticiones, según se quieran ver como virtud o falta de imaginación.

Sí se extrañan personajes delirantes y desafiantes como el gato, el fuerte contrapunto de un personaje como la Reina de Corazones, un conejo tirando de la narración desde el principio hasta el final hilando un todo coherente. Y no estamos en un País de las Maravillas: aún en un mundo de hadas Sylvie y Bruno son más terrestres que Alicia y tienen que recurrir a un collar mágico para transformarse en niños y hacerse invisibles. Todo se vuelve un poco más aparatoso, complejo y menos fresco. Esto se agrava en el último capítulo del volumen I y los primeros del  volumen II, ya bastante cargados de elementos místicos y religiosos y hasta de historias morales (ambos volúmenes se escribieron al mismo tiempo por lo que este cambio no es adjudicable al tiempo). 

Esta sensación de que Sylvia y Bruno más que una novela parece una compilación de historias donde se ve demasiado el zurcido se confirma leyendo el epílogo del volumen I, en el cual el mismo Carroll lo admite. Nació de un cuento que escribió para una revista y a partir de ese capítulo fue desarrollando y engarzando piezas; y que las mismas fueron compuestas sueltas, algunas en sueños y luego volcadas y puestas a funcionar en conjunto. Lo que no aclara es que olvidó ajustar las tuercas y a los pocos pasos todo se empieza a destartalar. Mientras Alicia va desfilando linealmente ante escenarios, personajes y le ocurren determinadas cosas al interactuar con ellos, en Sylvia y Bruno aparecen muchos personajes mezclados y hay un ida y vuelta entre el mundo real y el de fantasía logrado con suerte despareja. La trama tiene menos desarrollo y roza lo trivial: una conspiración política, el retrato de la clase alta burlándose de un pobre, una historia de amor de manual; termina siendo un arnés que obliga que Carroll a introducir a la fuerza lo sobrenatural y su particular estilo.

Otro cambio notorio que muestra lo exploratorio del intento es la forma que elige para narrar la historia: mientras que para Alicia eligió el típico narrador omnisciente, en Sylvie y Bruno es un personaje más sin nombre, un narrador testigo presencial que interactúa con los protagonistas y aparece y desaparece de sus vidas sin poder manejarlo. Esa misma dualidad entre la vigilia y el dormir, donde nuestro rol va cambiando sin necesidad de que nuestra voluntad intervenga.

Algo que quizá atenta contra el relato son esos juegos verbales y mentales que mientras en Alicia aparecen sugeridos y encastran muy bien con la historia (el diálogo delirante con los personajes se da en el marco de una búsqueda) en Sylvie y Bruno se tornan demasiado extensos. Recuerdan a esas obras de teatro de Oscar Wilde donde luce su ingenio usando de portavoz a los personajes a costa del argumento y la naturalidad de los diálogos. Esas digresiones me gustaban de chico y -como mencioné en otro texto- hasta las resaltaba o marcaba pensando que ahí estaba lo sustancial. En este caso atentan contra el relato pero hay algunas exquisitas como cuando habla de la vida y de que el secreto para disfrutarla es la intensidad, una atención concentrada. Habla de un lector A que lee por arriba, que nunca entiende las relaciones de los personajes, se saltea descripciones de las escenas y párrafos enteros que le resultan aburridos y sigue leyendo básicamente para no tener que encontrar otras ocupaciones hasta que dice “FIN” y termina en  un estado de cansancio y depresión. El lector B, en cambio, pone su alma y conoce al dedillo la genealogía, arma mentalmente las imágenes con las descripciones, y cierra el libro al final de algún capítulo con su interés al máximo y se pone a hacer otras cosas. La próxima vez que le dedica una hora, es como un hombre hambriento sentado a cenar; y cuando termina el libro vuelve a su trabajo como un gigante renovado. Una ética de la lectura en un párrafo. 

Más allá de los temas que trata, Carroll deja en claro que los destinatarios son chicos tanto en la narración misma -se dirige a ellos varias veces- como en su epílogo; sin embargo, por el contenido se queda a mitad de camino y llega a hacerse demasiado denso para un chico y demasiado infantil para un adulto. Pero a veces estas capas de lectura funcionan de una manera deliciosa: como cuando el narrador dice que un personaje está haciendo las veces de coro de una obra de teatro griego para que la trama pueda desenvolverse son gemas que esconde para el adulto que relee (o que lee a sus hijos o sobrinas).

Y me detengo en esa imagen del adulto contando ya que fue la génesis de sus obras maestras: Carroll en la cubierta de un barco inventando historias para la mismísima Alicia (quien luego le pediría que la escribiera y dio lugar a las novelas). Así emergen de esa base narrada que les dio fluidez, continuidad y pulimiento -de haberla contado varias veces en voz alta-. El mismo que se echa en falta en las asperezas y artificialidad que notamos en Sylvie y Bruno. 

Es nuevamente esclarecedor el epílogo (a falta de que lo sea el texto). Carroll afirma que no quería escribir una nueva Alicia, que eso ya lo había hecho y menciona la innumerable cantidad de copias que salieron después. ¿Qué sentido tenía repetirse? Algo parecido contaba Borges sobre quienes escribían ya como Borges mejor que él, lo que lo obligó a reinventarse pasando de su Palermo, compadritos, antepasados ilustres y Buenos Aires a explorar cuestiones del espacio, del tiempo y el infinito. Así que Carroll, pensando tal vez que daba rienda suelta al reflexivo Charles Dodgson y sus parrafadas sobre la sociedad, religión y moral, estaba en realidad liberando aún más a su alter ego. Al menos para mí es ésta su obra más visceral, caótica, saboteada a cada rato por sueños que van y que vienen, atormentándolo.

De todas maneras, con todos los defectos o carencias ya mencionadas, no dejan de haber logrados momentos de paradoja, humor y ensoñaciones que no merecen el ostracismo. Lewis Carroll es un continuo innovador que está todo el tiempo experimentando en esa fusión de surrealismo y lógica de su estilo. ¿Quién otro podría meter un diálogo de una carilla sobre topología describiendo la cinta de Moebius y un bolsillo sin lados dentro de un  pañuelo en un inocente cuento para niños?. Acaso tenga razón quien decía que toda su obra son experimentos, sólo que en Alicia no se dieron cuenta y por eso se la festejaron tanto y lo hicieron célebre. En Sylvie y Bruno, con las mismas herramientas pero con otra estrategia e intenciones nos regaló ese último experimento, el que hoy les comparto.

Crítica de «El liderazgo resonante crea más» de Goleman, Boyatzis y Mckee.

julio 13, 2008

Quien leyó a conciencia «La inteligencia emocional» de Daniel Goleman puede prescindir perfectamente de este libro. Es la clásica «extensión de línea» de un libro exitoso, como la de «Padre rico padre pobre» y tantas otras. Goleman aplica el concepto al mundo empresarial, tentador mercado para una serie de libros.

En esta variante el eje es el liderazgo. Empieza con una excesiva introducción de varios capítulos en las que Goleman repite prolijamente sus lecturas acerca de la neuroanatomía (que puede resumirse en que divide al cerebro en dos partes: neocortex, lo racional, y sistema límbico, lo afectivo). Luego postula los estilos de liderazgo que observó con sus colegas: visionario, afiliativo, coaching, democrático, timonel y autoritario. Más adelante analizan sus pros y contras, arribando a la inevitable conclusión que su eficacia depende de lo que requieran el contexto de la organización y sus miembros.

Desde el capítulo 6 al 8 se condensa lo que puede ser de interés para quien compró el libro por lo que prometen su título y contratapa. Muestran distintas maneras de desarrollar gradual y sustentablemente las capacidades de liderazgo; son recomendaciones que, sin ser innovadoras, pueden ser útiles para quien se encuentra embarcado en un proceso de crecimiento profesional. Destacan los cinco «descubrimientos» que postula Boyatzis, uno de los autores del libro. Ellos consisten en: primero descubrir el yo ideal, segundo el real (fortalezas y debilidades), tercero armar una agenda de aprendizaje, cuarto experimentar y practicas las nuevas conductas, pensamientos y sentimientos, y quinto desarrollar relaciones de apoyo y confianza que posibiliten el cambio.

De allí en adelante se concentran en formas de alentar la inteligencia emocional en las organizaciones que poco suman al lector de sentido común promedio. La excepción es el Apéndice B, que reviste interés por describir las dieciocho competencias de los líderes -según los autores-.

En resumen, para quien no se interiorizó acerca de la inteligencia emocional (la que combina la inteligencia intrapersonal -hacia nosotros- y la interpersonal -hacia los demás-) es probable que la fuente principal de este libro, «La inteligencia emocional», sea más recomendable. Y quienes buscan formas de aplicarla -a excepción de los capítulos mencionados- van a encontrar en estas más de trescientas hojas afirmaciones simplificadoras de la complejidad empresarial y que son, cuanto menos, repetitivas.

Goleman, periodista, que con su best-seller fue el principal divulgador de la inteligencia emocional en los ’80, sigue usufructuando de esta idea-fuerza sin hacer ningún aporte valioso.